jueves, enero 01, 2009

El egocéntrico escritor incierto


Es 31 de diciembre, Trujillo está un poco más agitado de lo normal, el año se acaba y, por moda mayormente, la gente busca el mejor lugar para recibirlo. Es un día de cábalas, supersticiones y demás humanadas sin sentido. Yo estoy en la plazuela Iquitos, sentado en una de las bancas, esperando a Kely, que está jugando a salvar al mundo (a su mundo). La tarde, así como el año, está por terminarse en poco tiempo. La gente camina, apurada, sin saber dónde comprar el calzón o calzoncillo amarillo, pues nadie sabe si la diosa fortuna es conocedora de marcas y no te acompañará si usas un calzoncillo de ambulante de la avenida España. Prendo el penúltimo cigarro de mi cajetilla, que lamentablemente está relleno de tabaco. La gente no me mira, no les importo, ni ellos a mí.

Pasan los minutos y mi paciencia se consume al compás de mi cigarro. No soy muy bueno para esperar, mucho menos si el mundo está siendo salvado, y no soy yo quien lo salva. La gente sigue caminando, apurada, supersticiosa, comprando cosas, hablando por celular, pensando dónde pasar el fin de año. No pasa mucho tiempo y mi cigarro se termina, y con él mi paciencia; pero, justo antes de ir en busca de Kely y ayudarla a salvar el mundo, aparece ella con su tía. Yo estoy un poco sorprendido y me siento levemente traicionado, no esperaba a la tía. Les escondo la mirada, disimulo que no las conozco, hago todo lo que puedo por no verlas caminar cerca a mí, saco el último cigarro de la cajetilla en una inútil acción evasiva; pero, todo es en vano. Kely se acerca y me dice: ¿nos quieres acompañar? Yo, declino. Prefiero dejar que ella y su tía salven solas al mundo.

Ella se va con su tía, yo tengo que esperarla unos minutos más. No las miro, ni de reojo. De pronto, siento un raro cosquilleo en el estómago; miro al cielo, que para este momento ya estaba oscuro, y siento que me siento un poco mal. Me duele un poco el estómago. Es roche, pienso. Debí ponerme calzoncillo amarillo, así tendría suerte, pienso también. Pasan unos segundos en los que trato de sentirme mejor, en los que examino lo que siento. Pasan unos segundos más y reacciono: Yo no creo en el 'roche' ni en los poderes del calzoncillo amarillo. ¡Yo soy un escritor! —me digo a mí mismo, como gritándome y como creyendo que en realidad soy un escritor—. La gente camina, no sabe que yo estoy un poco mal ni que acabo de gritarme que soy un escritor. No les importo, ni ellos a mí. Así que, respiro profundo y trato de sentirme mejor.

Pasan unos momentos más y Kely vuelve, con esa sonrisa tan linda que tiene siempre que salva algún mundo. Su tía no está, no sé donde fue ni quiero averiguarlo. Me pregunta si me molesté, lo pienso un momento y decido mentirle, así que le digo que no me molesté. Caminamos de la mano, como si nada hubiera pasado, por Gamarra, que está llena de gente, que está más insoportable de lo normal (Gamarra). Sigo sintiéndome mal, camino pensando en qué tengo y en que no soy un escritor, que no debí gritarme así. Ella me nota extraño, me pregunta que tengo, y yo, nuevamente decido mentirle, y le digo que no tengo nada. No quiero quitarle la alegría de haber salvado al mundo.

Estamos por el BCP de la avenida España y no soporto más, me siento muy mal, quiero vomitar, la cabeza me da vueltas, y no tengo explicación alguna para todo esto. ¿Será el roche por ver a la tía de Kely? ¿será que debí haberme puesto calzoncillo amarillo y de marca? ¿será que es la angustia por haberme gritado que soy escritor y en realidad creer que no lo soy? Sea lo que sea me siento mal. Kely lo nota; pero, ya no me pregunta más. Ahora ella está caminando, por lógica, mi vida no le importa.

No puedo más, me detengo en una esquina y siento que quiero arrojar todo lo que tengo en el estómago; siento que no soy ningún escritor y que quizá debí ponerme un calzoncillo amarillo de marca y quizá así no hubiera visto a la tía de Kely y no me sentiría así ahora. Siento muchas cosas, pienso pocas... pero, justo antes de entregarme a los brazos de esta enfermedad sin sentido aparente, recuerdo que puede que no sea un escritor, ni una persona con suerte; pero, tengo una certeza: Soy un orgulloso, un imbécil egoísta y egocéntrico, y eso lo sé sin dudas. Y de mi palabra y mis pensamientos no me retracto. Y si dije que no creo en el roche y que soy un escritor o que vivo en la Luna, quizá sea verdad. Así que, me trago el vómito que intenta salir de mí sin permiso alguno y levanto orgulloso la cabeza mientras me grito a mí mismo que ninguna nimiedad va a derrumbar mis ideas ni las demás estupideces que suelo pensar. Al terminar mi narcisita autocharla, me doy cuenta que Kely no se detuvo cuando me detuve yo, quizá está en busca de sus doce uvas, pienso. Miro a mi alrededor y sólo veo hordas de gente caminando, con las bolsas llenas de uvas y ropa interior amarilla. Corro buscando a Kely porque no quiero perderle el rastro y porque creo que es ella quien ahora se ha molestado conmigo, aunque no sé por qué. No quiero que se moleste, no toleraría perderla, aún tengo la espereanza de jugar a salvar al mundo juntos algún día. Mientras corro, la gente no me mira, no les importo, ni ellos a mí. Y es que si soy un escritor, soy un escritor incierto, incierto y muy narcisista, que no usará calzoncillo amarillo ni comerá uvas a las doce. De eso no tengo duda.

1 comentario:

Gonzalo Del Rosario dijo...

Bueno tío, qué puedo decirte, me impresionó mucho este relato.

Tienes voz propia, es lo más importante.

Excelente descripción de la atmósfera monologar.