
Hoy tengo la cara cubierta con un manto oscuro, como verdugo, pues hoy soy mi propio verdugo, juez y parte de esta extraña desdicha tan dichosa. Soy una vergüenza, una deshonra, soy quien realmente soy, y me alegro de sentir esta vergüenza; aunque ésta besuquea, sin dar cabida, a mi poco cotidiana tristeza.
El nigérrimo manto que cubre mi vergonzoso rostro al parecer está manchado por los pecados que suelo cometer, pecados que quien siente vergüenza de mí no conoce, pecados que quizá debería contarle para consumar la vergüenza que al parecer produzco en ella; quizá no, y es que me da un poco de vergüenza roja, sólo un poco.
Hoy tengo un extraño sentimiento de tristeza que rodea mis vergonzosas lágrimas, que tímidamente escapan de estos geriátricos ojos, que necesitan urgente un pañal, un pañal oscuro, como oscuro es el color de el manto que es la prueba del castigo por mi deshonra, deshonra tan clara como cualquier día de verano, como cualquiera de esos días en que solía, y quizá suela, cometer pecados.
Hoy siento vergüenza y tengo el rostro cubierto por ello; pero, siento vergüenza porque tú sientes vergüenza por mí, y esta vergüenza no es mía, sino tuya, pues te da vergüenza la realidad y la verdad, realidad y verdad que no me avergüenzan. Hoy siento vergüenza, lo repito; pero, a este tipo de vergüenza suelen llamarle de otra manera, suelen llamarle vergüenza ajena.





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