
Han pasado 26 días desde que comenzó el toque de queda: 16 días de lluvia, y los 10 días más por el maldito programa de limpieza del gobierno. Pero hoy es un día diferente, ha salido un sol hermoso, casi ajeno para algunas personas, que como Julieta, se encerraron con los pocos libros que les quedaban en casa, soportando el ensordecedor sonido de los televisores vecinos en continuo zapeo, y las lamentaciones nocturnas de los compulsivos compradores rasgando las tarjetas de crédito en cualquier ranura sólo para sentirse, o creer sentirse, un poco aliviados (sin que esto implique alguna morbosidad sexual).
Sólo faltan 2 horas para que el toque de queda termine, y Julieta en verdad muere por salir de su cuarto. No soporta más los canales deportivos, las huachafas delgaduchas de Plus TV y su supuesta moda, y aún peor, a los anuncios del gobierno, pues ni bien algún funcionario deja de hablar del toque de queda, ella apaga el televisor. No soporta más mentiras. Sólo quiere volver a leer en los parques y en la playa, a jugar voleibol con sus amigas del alma; quiere volver a comprar en la tienda de Luis, que no ve hace exactamente 27 días, y que está segura la extraña, casi tanto como ella a él. Ella sabe que no pudieron comunicarse porque ella no tiene teléfono móvil; pero, toda pesadumbre es llevadera, excepto el consumismo.
Al terminar el toque de queda sale presurosa, quiere ir a la librería a comprar el nuevo libro de Vargas Llosa, no soporta no tener qué leer. Se siente como vacía, como que hay algo que le carcome el estómago, y no es la ansiedad por ver a Luis. Al caminar por el parque, nota que no hay ningún niño en los juegos, ella pensaba que ellos serían los primeros en querer escapar de la opresión familiar y salir a jugar; sin embargo, sólo ve un parque de tétrico aspecto, con arbustos que parecen melenas de leones salvajes, cuyas descontroladas hojas caen en las antiguas veredas, donde ella solía jugar rayuelo, y que ahora, por acción del persistente agua, están agrietadas y desgastadas, como sus recuerdos de niñez.
Sin ánimos de recordar, Julieta atraviesa el parque, llegando a la avenida Principal. Ahí nota que no hay movilidad alguna, ni microbuses, ni taxis, ni mototaxis por último; pero, es un día hermoso, el primer día post diluvio, y ella está segura que al llegar a la librería encontrará a sus amigas (las del voleibol) y a algunos amigos, que así como ella, deben estar impacientes por salir de este autoexilio cultural. Así es como resuelve caminar, sin importar lo lejos que está la librería ni lo peligroso que pueda ser el trayecto.
Camina por interminables dos horas, en las que las únicas personas que ve son unos ancianos, que corren mirando constantemente hacia atrás, como si alguien les persiguiese, hacia el antiguo local del asilo, en la prolongación Paraguay, un lugar horrendo que ahora es un depósito informático, aunque no recuerda si así llaman a ese tipo de lugares. Ella no toma importancia al hecho de ver a los ancianos; pero, le hubiera gustado estar más cerca de ellos, para preguntarles si vienen del centro, o si saben el por qué de la soledad en las calles. Para colmo de males, ella no puede comunicarse con nadie, pues casi todo está destruido por efecto del agua.
Pasan una hora más y, muy cansada, llega al comienzo del centro de la ciudad, a unas cuadras del primer Gran Portal, que, felizmente, alberga la librería que ella suele visitar. Ya no fue sorpresa verla cerrada, aunque Julieta aún tenía la esperanza de encontrarla abierta; lo que sí le extrañó, fue estar sola ahí, ella esperaba encontrar una muchedumbre de personas abarrotando la calle; personas que, igual que ella, estarían presurosas por comprar algún libro, o por lo menos por hojear alguno, para de algún modo escapar de esta mediocridad causada por el agua, que no trajo sólo destrucción material, sino también intelectual. ¿Será que la gente no sabe que terminó el toque de queda?, se pregunta Julieta, triste, sin entender la situación.
Al llegar a la librería misma, mayúscula es su sorpresa al ver que el vitral de la entrada estaba impecable, y se podían ver los libros desde aquel. Están todos intactos, como si estos 26 días hubieran sido sólo un pestañar, sólo un sueño. Ella quiere pensar que quizá es eso... y es que no soporta no poder recibir una porción más de cultura, o por lo menos, de literatura. El agua se llevó a las personas, que no eran sus amigas; pero le proveían de alimento y esperanza, que quizá el agua también se llevó sin que ella se diera cuenta.
Julieta espera sentada en la librería por algunas horas más, muy extensas y muy solitarias. Al caer las últimas cenizas de la tarde, decide que es suficiente, recuerda que no hay alumbrado público, así que resuelve regresar a su casa, un poco derrotada, y muy confundida. En el camino maldice a Dios, aunque no creé en Él, y al agua; maldice a sus convicciones morales, aquellas que le impidieron tener los ovarios para romper el vitral de la librería y robarse algún libro; aunque sea alguno de los que están en oferta. Maldice sin cesar, sin hallar consuelo, ni alguna otra persona, que como ella, sólo quiera salir a respirar un poco de aire menos viciado.
Llega a su casa. Ella nunca conversó con sus vecinos y no quiere comenzar a hacerlo ahora; pero, sabe que cada noche tienen todas las luces prendidas, y es que a las 9 ven el programa de Mariela. Ese programucho que ningún peruano, excepto ella, se pierde. Todo esto es demasiado extraño, y ella, quiere ser parte de todo esto; aunque sin involucrarse con aquellos que considera de menor nivel cultural. Así que, quebrantando todas sus convicciones, resuelve ver aquel bellaco programa esta noche. Total, el programa es emitido desde la capital. Allá sí deben estar todos sumergidos en sus actividades, no pasan las tonterías que pasan acá, se dice a sí misma, con un aire de superioridad, mientras sube las infinitas gradas hasta su pequeño cuarto del décimo piso.
Al prender el televisor y sintonizar a Mariela, escucha una noticia sobre la llegada de un nuevo producto, muy novedoso, llamado Internet. El gobierno ha decidido entregarlo en cada casa de Bijus, la ciudad de Julieta, totalmente gratis, o si la casa prefiere, raspando la tarjetita de Visa o MasterCard. Estas entregas ocurrieron durante los 2 últimos días, anunciaba gustosa Mariela, que también fue de Bijus; pero, de adolecente logró escapar a la capital.
¿Internet? ¿Qué es eso?, se pregunta confundida Julieta. Desde su cuarto en el último piso del edificio no escuchó ningún ruido del gobierno, y ninguna persona le avisó que algo así ocurriría. Comienza a hacer zapeo, y es que el programa no le gustó para nada. Mientras hace el zapeo se da cuenta de qué pasó. Todos estaban en sus casas, usando Internet, exclama asustada. Pero ¿Quién podría ser tan idiota? ¿Quién puede ser tan inculto?, se pregunta, tratando de mentirse a sí misma.
Julieta mira su cuarto, resignada, sus libros ya leídos, sus poemas ya escritos. Piensa que mañana nadie atendería en la librería, que nadie jugará más al voleibol con ella, que quizá Luis no la volverá a visitar porque ahora está atrapado por los largos tentáculos de Internet, el mostro que dejó el agua, y un mostro que ante ella no se presentó, quizá porque le hubiera podido hacer frente. Finalmente piensa que quizá debió comprarse un móvil cuando tuvo la oportunidad, así se mantendría informada y quizá hubiera podido… ¡No, eso no! ¡Jamás! Grita mirándose al espejo.
Ensimismada y negándose a aceptar un mundo de soledad, y sobre todo, sin cultura, Julieta se lanza del décimo piso, por la ventana de su cuarto. Se lanza sin titubear, con una sonrisa en el rostro y un libro sin cubierta en el brazo. Y es que, cualquier pesadumbre es llevadera, excepto el consumismo…
Supongo que no es necesario aclarar que nadie recogerá el cadáver de esta heroína de la cultura hasta pasadas una o dos semanas, cuando éste esté casi descompuesto y sea practicamente imposible afirmar las causas de su muerte. A Julieta nadie la recordará, ni siquiera Luis; pero, ese día será recordado por siglos, como el primer día, post boom Internet en Bijus.





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