
Esta es una noche un poco oscura, un poco más de lo normal. La nubocidad que le rodea, perturba aún más la búsqueda que él ha emprendido de esa estrella, que él ha soñado y ha tenido en su poder en esos sueños. Con mirada de atardecer, mira al cielo preguntando si existe alguna respuesta, sincera o no, para aquellas querellas. En ese momento, justo antes de rezar, recordó que él no cree en Dios. Puta madre.
Camina por el sendero de la melancolía. Ahí, en la esquina de la memoria, están las putas y demás mujeres que solían acompañarlo en antaño. Mujeres que ya no le cobran alquiler, que ya no le preguntan la hora, pues compraron un reloj con lo que él les pagaba. Él tiene reminiscencias, algún pequeño flashback semanal de sábanas calientes, cajones llenos y hoteles de carretera. Como se escribe antes, las putas no le cobran más alquiler, ni si quiera por pensarlas; mucho menos, las demás mujeres.
Continúa su camino, sin rumbo alguno. Este sendero tiene muchas salidas, muchas callejuelas, todas ellas llenas de más putas y más recuerdos. Frente a él está el único muro de este sendero, el único camino que parece no tener salida aparente. Él mira al cielo, y parece ser, quizá en algún rosicler espejismo, que la estrella de sus sueños hace por fin su sacra aparición. Un viento confuso inunda el ambiente un segundo, pues la estrella parece guiarlo hacia aquel muro. Él, sin objeción alguna, camina hacia el muro, en busca de su nuevo destino.
De aquel muro se extiende una mano, que parece ser una transformación de aquella estrella. Esta mano es tan suave, tan diferente a lo que él ha conocido antes. Él, sin mayor comprensión, la intenta tocar; pero, sus manos son muy toscas para aquella mano de brillo intenso. Él está acostumbrado a otras manos, a las que terminó por comprar relojes, con las que jugaba a ser una especie de maldad, algún bonachón de cabronas jugadas. Ella es distinta, si no se percata de ello, no podrá extender su mano hacia ella, para librarla de aquella prisión de puertas abiertas.
La mano es la génesis de el hada que con ella ha de venir, aquella diosa que desde el momento que aparezca, él aprenderá a venerar. Está escrito, en algún tonto libro que él leyó, que le sará muy dificil comprenderla, que este ser tan sagrado será tan diferente a su lúgubre y bochornoso pasado, que él deberá domesticar sus quimeras, modificar sus pensamientos (sólo un poco), virar sus utopías y pagar el saldo final a sus recuerdos. Él tendrá que entenderla, porque ella será lo mejor para él, y sólo él tiene la capacidad y la idiotez apocalíptica para dejarla marcharse.
Él aún no lo sabe; pero, ella es la redentora de las almas que habitan en su mundo. Un mundo que, para cualquier efecto, él ha creado para sí mismo, para ser la única alma (si es que tiene sólo una) que habita aquel mundo. La salvación de aquel mundo de juguete y de cigarros jamaiquinos, de ese mundo que es de mentira, aún siendo de verdad, al igual que la de los cristianos, sólo depende de quienes habitan el mundo que se planea salvar. En este caso, para cualquier efecto, de él.





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