martes, noviembre 04, 2008

Reset


Cuando escuchó aquella grabación telefónica, su alma se estremeció sobremanera. Por un segundo, mientras las primeras lágrimas comenzaban a brotar de sus ojitos caramelo, pensó en todas las explicaciones que tendría que dar, en todas las personas a quienes tendría que mentir y en toda la maraña de mentiras que tendría que tejer mañana al despertar. —Esto es una mierda— se dijo contrariada a sí misma. Entonces se sentó, estiró las piernas hasta colocarlas junto al teléfono, encendió un porro que sacó de su cartera y empezó a maquinar una solución.

Los minutos pasaban, recordó que mañana tendría que limarse las uñas con Joaquín, comprar su yerba —porque este era el último porro del cox— e ir de shopping con Lulú. La situación se tornó estresante para ella, no tendría tiempo mañana para jugar a la honestidad, ni para el papel de mentirosa; así que, caminó hasta el cuarto de papi, cogió un polvoriento revólver que reposaba sobre la mesa de nochede aquel cuarto y, como Dios manda, le disparó tres veces al teléfono, el único testigo de la verdad.

Aliviada, con la conciencia limpia y mentalmente relajada, se sentó nuevamente, terminó el porro que ya había comenzado, secó sus lágrimas, se masturbó con sus dedos marihuaneados y se echó a dormir, pensando en todo lo que compraría mañana con Lulú.

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