martes, octubre 28, 2008

Colilla

Cuando cada madrugada
la esperanza le esperaba,
susurrante como el viento,
detenía él al tiempo para amarle.
Ser su amante en la alborada.

Escondía su recuerdo,
que merodeaba el tuerto huerto e' la desdicha
y esa dicha que en antaño él profesaba,
se perdía en los vagones del momento.
Era su amada, su lamento.

Y por las noches, él rezaba,
a un dios en quien él no creía,
sólo sabía de buscarla en pedregales,
bajo la sombra de una almohada.
Era su diosa, su utopía.

Sus lágrimas eran cristales,
que pregonaban lo mismo cada año;
mas en silencios celestiales,
se escuchó a viva voz:
aún te extraño, corazón...